Insomnio el trastorno más común del sueño

Dormir bien es uno de los pilares de una buena salud. Tener un buen sueño significa dormir profundamente, un número de horas apropiado, que permitan levantarse con una sensación placentera y de bienestar. Una buena noche de sueño tiene un rango de 5 a 13 horas de sueño; algunas personas calificadas de “dormilones” necesitan de 11 a 14 horas de sueño, mientras que los “de poco dormir” se sienten bien durmiendo 5 o 6 horas nada más.

 Durante ese tiempo se atraviesa por todas las fases del sueño, de profundidad creciente, desde la fase I y II, hasta las fases más profundas III y IV. Estas últimas, llamadas “delta” en su conjunto, tienen una función restauradora. En ellas baja la frecuencia de los ritmos cerebrales, disminuye la actividad neuronal en la mayor parte de la corteza cerebral, disminuye el metabolismo y el flujo sanguíneo del cerebro, se secreta la hormona de crecimiento, que tiene una función de síntesis y reparación del desgaste en los adultos, se relajan los músculos y se requieren estímulos muy fuertes para despertar al durmiente. Esta fase alterna con períodos superficiales, en los que podemos despertar y cambiar de posición, y con “el sueño de los ensueños” o sueño REM.

 En esta etapa el cerebro se torna muy activo, aumenta la actividad y el metabolismo neuronal, y emergen los ensueños vívidos, ricos en imágenes y de alto contenido emocional. En este estado aumenta la síntesis de proteínas en ciertas zonas del cerebro que asumen un rol fundamental en los procesos de consolidación de la memoria.

El insomnio es el trastorno más común del sueño. Este término expresa la dificultad para iniciar o mantener el sueño. Casi todos hemos atravesado alguna vez por un insomnio agudo, pero se conoce que aproximadamente un 10 % de la población sufre de insomnio crónico. Su origen puede estar asociado a estrés, a depresión y ansiedad, a cambios hormonales como la menopausia, a factores ambientales nocivos o a enfermedades en general. Pero a veces se inicia sin causa aparente. En este último caso se registra, a menudo, una tendencia familiar al desvelo.

Las consecuencias del insomnio crónico abarcan todos los aspectos de la fisiología y de la conducta del ser humano. En la esfera mental, la depresión, la fatiga y la ansiedad son las más comunes. En el área somática, podemos decir que toda enfermedad puede aparecer en el contexto de no dormir, particularmente aquellas debidas a la disminución de la vigilancia del sistema inmunológico, como las infecciones y el cáncer o a estados inflamatorios como la pre-diabetes y enfermedades autoinmunes.

Para tener un buen sueño, es conveniente crear una rutina que produzca una transición adecuada de la vigilia activa a un estado de sedación previo al sueño. En esta condición disminuyen los ritmos corporales y toman la rienda los sistemas cerebrales que promueven y mantienen el dormir. Ejemplo de tales actividades son: darse un buen baño con agua tibia, tomar una bebida relajante natural que contenga valeriana o pasiflora o un buen vaso de leche con miel rico en triptófano, oír música instrumental lenta o con sonidos suaves de la naturaleza, hacer ejercicios de estiramiento, hacer un poco de meditación o Yoga Nidra, evitar ver la televisión antes de dormir y sobre todo, acostumbrarse a posponer la solución de los problemas para el día siguiente. Hay que aprender a poner la mente en blanco o a concentrarse en imágenes tranquilizantes que produzcan sosiego: Concentrarse en el ritmo respiratorio es una buena técnica para ello.

El insomnio crónico o su fenómeno opuesto, la hipersomnia o sueño excesivo, son condiciones que ameritan la visita a un especialista para la evaluación apropiada y el diagnóstico preciso. Este es un pre-requisito para un buen tratamiento. A toda costa se debe evitar la automedicación con hipnóticos, como las benzodiacepinas, que alteran la profundidad del sueño, crean tolerancia, adicción y disminuyen la función protectora del sistema inmunológico.
Fuente: Salud y Bienestar

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