Condonando el condón

La reciente afirmación del papa Benedicto XVI sobre el condón estará, como muchos textos religiosos, sujeta a miles de interpretaciones contradictorias. Lo que dijo fue que "pueden existir casos concretos justificados, por ejemplo cuando una prostituta usa un condón, y este puede ser el primer paso hacia la moralización, un primer acto de responsabilidad para desarrollar de nuevo la conciencia de que no todo está permitido y no se puede hacer todo lo que se quiere". La frase es tan ambigua y tímida que muchos podrán decir que no hay cambios, que la doctrina católica es intemporal y los papas dicen y enseñan siempre lo mismo.

Pero en un tema con precedentes de total rigidez, el cambio es inocultable: es la primera vez que un papa menciona un uso justificado del condón, a pesar de que impida el fin natural del acto sexual, la reproducción.

Antes-y en especial en las declaraciones de Pablo VI de Populorum Progressio y Humanae Vitae- era claro que cualquier forma de control de natalidad, fuera de la que usa ingeniosamente los ritmos de la naturaleza, está prohibida y es un atentado contra la vida, incluso si es el medio para proteger la salud propia o de la pareja.

Ahora, la prostituta que usa el condón se ve en una luz más positiva que la que no lo usa: algo ha avanzado hacia la moralidad.
Ambas violan la prohibición de sexo fuera del matrimonio y contribuyen al pecado de su pareja, pero la que evita el riesgo de enfermedad es más responsable que la que, por no violar la "ley natural" que prohíbe impedir el embarazo, arriesga la salud de su compañero.

El inesperado ejemplo puede aplicarse a los homosexuales o a quienes tienen sexo fuera del matrimonio, o a las poblaciones africanas donde el riesgo del sida es agobiante: en estas situaciones se buscaría proteger a otro ser humano, y esto abre el camino para otros "casos concretos justificados" de uso del condón, como medio para fines valiosos o al menos como mal
menor.

El sexo, como el hambre, es casi incontrolable, y ante esto, como ni siquiera los católicos tienen la fuerza para reprimirlo, y seguirá habiendo sacerdotes homosexuales patológicamente incapaces de frenar sus deseos, y las poblaciones africanas agobiadas por el sida y la miseria no renunciarán al sexo, todos ellos actuarán con más responsabilidad si usan el condón.

Hace 50 años, la posición de la Iglesia era intransigente: nada justificaba los métodos anticonceptivos, ni siquiera evitar la mortalidad infantil o el hambre. La crueldad de esta posición la anularon los hechos: los católicos de todo el mundo dejaron de seguir enseñanzas tan rígidas, y hoy su inmensa mayoría controla la natalidad.

En Colombia, los esfuerzos de Profamilia y del gobierno de Alberto Lleras sirvieron para frenar la explosión demográfica. Si hubiéramos seguido con la natalidad de 1951-1964 hoy seríamos casi 90 millones de colombianos, pero afortunadamente el 90 por ciento de los católicos del país no hacen caso en este tema a sus jerarquías: casi los únicos que creen en que el control de natalidad está mal son los que tienen voto de castidad, y no todos.

En el mundo, la situación es tal que en su encíclica Caritate in veritas, el mismo papa Benedicto descubrió con tristeza que en el 2009 había gobiernos que "todavía" promovían el control de natalidad.

El mensaje es tímido y pasarán centenares de años antes de que la Iglesia lo cambie a fondo, pero es un paso hacia una moral social más responsable. Y muestra cómo la Iglesia, al alejarse de la cultura de sus fieles en temas como el aborto, el control de la natalidad o la eutanasia, se está convirtiendo en una institución que ofrece celebraciones y rituales, formas de encuentro y solidaridad valiosas en una sociedad angustiada, pero sin mucha capacidad de influir en las conductas reales de las personas.
Fuente: Eltiempo/salud

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